La ciudad de Montmeló alberga su gran premio anual de moto gp desde 1991, siendo ya un clásico del calendario. La llegada del gran premio hace que la ciudad se abarrote.

Es una vez al año, y cientos de aficionados que lo esperan como un fin de semana importante, preparan los vehículos para esas 2 noches. Modificaciones, repuestos, alguna furgoneta con piezas «especiales». Todo vale, hay barra libre a ojos de la autoridad.

La ciudad se mueve desde el viernes tarde en la recta del pueblo, siendo el epicentro la gasolinera, cercada de todo lo imprescindible para alargar la fiesta. Cuando cae la noche todo empieza a emerger, a liberarse.

Comienza una exponencial liberación de adrenalina que se transforma en técnicas acrobáticas, un ruido ensordecedor, y un compulsivo desgaste de material sin remordimientos

Antiguamente, este fin de semana, por la antigua configuración del espacio y las pocas medidas de seguridad (una recta sin limitaciones donde se alcanzaban altas velocidades), había de 1 a 2 muertos en el transcurso del gran premio según los profesionales sanitarios que hay trabajando hoy, «era lo normal» comentan desde su furgoneta.

La noche lleva al extremo a los vecinos, a los aficionados, la policía, y a las mismas máquinas; algunas de estas últimas no llegarán a casa, finalizarán su vida útil esta misma noche, se han estado preparando todo el año para darlo todo hoy.

Es una reunión anual con una finalidad muy clara, experimentar la más alta dosis de liberación posible, la misma que lleva este deporte en su adn, dando a los aficionados un espacio donde poder correr con sus emociones fuera del circuito.

Son jinetes de sus máquinas, pero más aún de su mente, de sus actos y sus impulsos, los cuales experimentan una catarsis, un dejarse llevar sin importar qué, cómo, y por qué.

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